domingo, 20 de marzo de 2011

la otra mitad.

Todo es subjetivo. Los que están solos y dependen de sí mismo afirman que son los dueños de sus decisiones, de sus palabras y de sus actos. Nadie dirá lo contrario, ni nadie se molestará lo suficiente para tomarselo a mal. Lo que sea que diga o que hagan. Seran libres para hacer lo que la cabeza decida primero, sin consultarlo con la almohada, los amigos o el corazón. Y eso les harán ser ellos mismos.

Los que son mitad de un algo, dirán que es lo mejor que le podía pasar. Esa sensación de vivir en las nubes (sin saber que viven allí pendientes de un hilo), de sentirse lo más afortunada en la faz de la tierra, de sonreír porque allá dónde esté esa persona la está amando, apoyando, consejando, confiando, extrañándolo. Esa sensación de no estar solo, y que no lo puedes estar. La sensación de tener un os labios que te cobijen.

Probablemente en ambos casos siempre hay razones para sonreír en todo momento. Sólo si sabes administrarlo bien. Y también de sentirse mal.

Y es por ello que yo no se cómo conseguir administrarlo bien. Quiero hablar de lo que quiero en cada momento sin qué nadie me lo reproche, pero me importa que le importe.
Quiero que sople el aire en la cara de libertad, y quiero estar dormido cerca de una piel suave y delicada. Quiero ir por la calle sonriendo porque soy plenamente yo. Y quiero ir por la calle sonriendo por llevarte cogida de la mano. Y en todo ese batiburrillo de quieros, se suelen adentrar muchas desolaciones, muchos problemas y muchos pensamientos.


Pero la verdad es que yo tengo que ser libre, porque no puedo formar parte de ser una parte de un algo. No me dí cuenta en dos ocasiones, y acabe pagándolo a cuál precio más alto. Intentarlo cambió mi vida. Y mi forma de actuar en todo. Podría volver a proponermelo, incluso tal vez lo prefiera a esta libertad. Pero la cuestión no es el querer. Sino el poder.


Y yo me he dado cuenta de no saber si podría llevar la carga de depender de alguien, de que dependiese de mí, incluso de satisfacerle en todo momento. Tampoco sería capaz de mantener mis ganas de decir lo que me parece en cada momento sin observar las circunstancias. Ni de arrepentirme por haberlo dicho. Tampoco sería capaz de cambiar mi vida si me lo pidiese. No sería capaz de dedicarle las 24 horas. Ni las 23. Ni irme hasta el fin del mundo sólo para tenerla un rato. Ni llevarte atada a mí forzándome a elegir los momentos.
Pero sobre todo, no estoy dispuesto a quererte más de lo que tú me querrías a mí. Ni por supuesto menos.


Al fin y al cabo, esto es como una ruleta trucada, que siempre que giro la suerte escoge la misma carta. Siempre tú tienes lo que no tienen las demás. Siempre tienes lo que quiero que tengan los demás. Y como si de causalidad, suerte o azar queramos o no nos sentimos atraidos por nuestros polos. Y así chocando hasta el día en que entendamos que nuestra vida no sería lo mismo el uno sin el otro.






D.